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Desde la silla de la cocina, mientras todos duermen en casa y tengo unos minutos de tranquilidad para tomar un café puedo escuchar mis pensamientos. Me pregunto como estará Hugo y su familia. ¿El abuelo de Claudia? ¿Y mis compañeros?

Y es que pese a que he cambiado la paella en la playa por el octavo bizcocho de la semana en casa, Caude siempre está en mis pensamientos.

Me pregunto cómo llevarán los padres eso de teletrabajar con niños en casa o cómo se estarán apañando para ayudar a sus hijos con los deberes. Si nuestros niños consiguen entretenerse durante el día y también pienso en sus abuelos. Esos abuelos que recogen a los más pequeños en el cole y se sientan en el parque mientras meriendan.

Y entonces siento un profundo orgullo por la comunidad Caude. Por cada uno de los dibujos que nos llegan pintados con mil colores para alegrarnos el día, o por cada mail de ánimo y apoyo que recibimos de los padres. También porque, si os dais cuenta, ponemos nuestra mejor sonrisa para las videollamadas o por esos mensajes de WhatsApp que recibimos donde nos preguntan simplemente cómo estamos. Los profesores mandándose, una y otra vez, bolas de papel con mensajes digitales (la cantidad de tomas que cada uno hemos grabado…)

Y es que hay emociones que no entienden de cuarentenas y traspasan cualquier confinamiento.

Y es que el Covid19 no es solo un virus, también es transformación personal.

El Covid19 nos está enseñando que pasar tiempo en familia es un privilegio y que los abrazos tienen un gran valor emocional. Cuando toda esta situación acabe, posiblemente no volveremos a ser los mismos, a veces la vida te hace parar en seco para coger impulso. Como dice un proverbio chino “Cuanto más grande es el caos más cerca está la solución”.

En breve volveremos a escuchar los gritos y risas en el patio, las carreras en los pasillos del cole y los abrazos a los mejores amigos. Volveremos a colgar las mochilas de las sillas y el colegio volverá a oler a lápiz. Los padres vendrán con prisas y despedirán a los más pequeños con un beso y un “pórtate bien y aprende mucho”. Nuestro comedor se volverá a llenar de “niños que en casa no lo prueban”, la piscina volverá a recobrar vida y lo celebrará salpicando agua.

Porque ahora Caude, es un colegio triste, vacío. Pero volverá a llenarse de conocimientos, de niños con cara de sorpresa en el laboratorio y de paredes que hablan. De compañeros implicados en cada una de las actividades que desempeñan para que nuestro colegio sea una gran familia y de caras de cansancio los viernes.

Hoy, como cada día, vuelvo a pensar en Caude. En cada uno de vosotros. Y os echo de menos. Mucho. Volveremos.

PD. Voy a por mi noveno bizcocho.